No tengo una manera mejor de expresar mi estado de ánimo que esa palabra que conforma el título de este post. Es decir, no se donde estoy ni a donde voy ni, lo que es peor, qué quiero. Y tampoco puedo culpar a nadie de esta sensación pues todo comenzó cuando decidí «desagendarme», es decir darme de baja de todos los compromisos que había ido adquiriendo desde hace años y que, por lejanos a mis intereses genuinos, no tenía más remedio que anotar en mi agenda de papel (que soy incapaz de abandonar) a fin de no olvidarme de ellos y «quedar bien», expresión ésta que ya entonces odiaba. Y, sin embargo, ahora resulta que solo quiero aprovechar mi jubilación para «quedar bien» conmigo mismo, tanto desde el punto de vista físico como desde el intelectual.
No me he preguntado por qué, pero no me siento capaz de no cuidarme siguiendo las recomendaciones de los médicos. Continúo atiborrándome a esas medicinas que parece ser me son necesarias para preservar mi corazón de las posibles secuelas del infarto de hace seis años. Pero las posibles incompatibilidades no me permiten tratar de eliminar el dolor que me produce el mal de Paget detectado hace ya casi un año.
No se trata de un dolor agudo, al menos en mi caso, pero sí lo suficientemente molesto como para no tener ganas de caminar, algo que debo hacer para mantener mi corazón vivo. El resultado es que camino cada vez más despacio y uso mucho de mi tiempo en los cuidados de un fisioterapeuta y una entrenadora personal que alivian el dolor que el Paget, localizado en mi cadera derecha, me produce en determinados puntos de toda la franja lumbar.
Así que, por una razón o por otra, tengo menos tiempo para llevar a cabo mis planes, a pesar del abandono paulatino de aquellas obligaciones que me imponía mi agenda y que se derivaban de mis oficios anteriores, incluido el de la Universidad en algunas de cuyas organizaciones continúo figurando aunque ya he comenzado a darme de baja, entre otras cosas porque, desde que me marché de ella, está cambiando en contra de mis opiniones que es bien posible que se hayan quedado anticuadas.
Pensé que, en todo caso, no tenía por qué dejar de estar al tanto de las novedades de la teoría económica. Pero la realidad es que, si bien durante cierto tiempo, he seguido leyendo, pero de segunda mano, ya ni siquiera eso y las noticias o comentarios periodísticos al respecto no me interesan casi nada. Así que durante tiempo me dediqué a tratar de escribir lo que se llama ficción. Edité ya El Síndrome del Capataz y justo ayer puse el provisional punto final a su continuación que, de momento, se llama Conocimiento y Sabiduría y en la que trato de explicar el destino de aquel hijo de Bilbao que tuvo que exilarse.
Posiblemente todavía tenga que añadir páginas a este último intento literario; pero a partir de ahí ya no vislumbro actividad redentora alguna. Me veo cuidando mi alimentación, charlando de política con mis amigos jubilados y, en cualquier caso, inmerso en actividades pasivas como el cine, la televisión o pequeños viajes turísticos. Es decir pasando a formar parte de esa enorme mayoría actual que, con su actividad, convierte en realidad lo insospechado, o incluso lo rechazable, solamente ayer.
Podría contar muchas cosas más de esas que llenan mi vida que, todavía, no puedo llamar vacía pero que dejarán de hacerlo en no mucho tiempo. Excepto, seguramente, el contacto con mis nietos Juan y Cosme.