Han sido unos días no solo agradables sino también llenos de potencial desatascador. Este año 2017 no habíamos cumplido con París pues lo sustituímos por Oporto a principios de año y estos últimos días en la Ville Lumiére han resultado muy claros en su mensaje:no se puede utilizar esa ciudad como un mero destino turístico pues se venga de tí. La venganza es sutil pues consiste en un mensaje evidente que te hace ver que visitas a monumentos o paseos bellos no te aportan nada después de años de hacer una u otra vez lo mismo. Pero si insistes en los mismos lugares como si fueran tu barrio de nacimiento entoces la ciudad te da todo lo que necesitas e incluso algún extra.
Volvimos una vez más a la zona del Saint Germain, a ese hotelito desde el que he escrito muchos posts en el pasado y en donde han germinado no pocas ideas detrás de cuentos o proyectos de novela La mera demanda al taxista de llevarnos al hotel De l´Abbaye, en la rue Cassete numero 10 es ya como un grito de ¡adelante! lanzado por el jefe de las tropas que forman filas en tus tripas. Ningún lujo innecesario, solo la habitación, silenciosa y a la temperatura justa, y el desayuno como en casa, pan y croissant, unas buenas mermelads y un descafeinado tan generoso como el Sena. Los periódicos del día a tu disposición y poca gente que habla bajito en distintos idiomas entre ellos pero todos en francés con el servicio. El momento adecuado para planear el día en cuanto zonas en las que pasear, mirar escaparates e investigar las novedades editoriales.
Esto último es lo más fácil pues estamos al lado de la plaza de Sait Germain y con la Procure en el camino hacia L´Ecume de pages. La primera mañana basta con una mirada general a todas las secciones antes de tomar un taxi enfrente de el café Flore para acudir a cualquier exposición temporal de cualquier museo en cuya librería me topo inmediatamente con la pequeña agendita en blanco cuya ausencia este año está en el origen de mi atontamiento de autor. Hay de momento tanto Picasso en la ciudad que no he podido evitar que mi nueva agendita se identifique por el retrato de femme de finales de los años treinta. Después de una austera comidita francesa y nada de alcohol se impone una vuelta al hotel y una sistecita para luego inmediatamente redactar los primeros apuntes.
Justamente mi entorpecimeinto de las últimas semanas tiene que ver con la fuerza creativa debilitada precisamente por la falta de conexión entre palabras (o ideas), imágenes y sonido para formar un todo que se identifique con la obra de uno. En Paris es imposible librarse de las imágenes, y las ideas están en los libros recientes de los estantes de Economía en mis librerías favoritas. En cuanto al sonido tampoc falta en los muchos conciertos sacros de estos días previos a la Semana Santa. Pero el gran problema es saber cómo trabajar con las tres cosas a la vez.
Y, sin embargo, París ha sabido, una vez más, satisfacer mis necesidades a través de dos vías. En primer lugar por el lío montado en el Palacio de Tokio a través de la unión de no pocos artistas singulares que jugaban con imágenes, desde luego, pero también con performaneces y, en genral, con el Arte de las Cosas que comienza a ser un trabajo de las cosas mismas. En segundo lugar esta visita nos ha aportado una novedad en la medida en que nos hemos dejado un poco de tanto museo y hemos iniciado el seguimiento de las galerías comenzando por la zona del Marais en done encontramos el trabajo de un parece que conocidísimo artista plástico sudafricano, William Kentridge, que prentaba en la galería Marian Goodman un conjunto de imágenes tanto dibujadas en un curioso blaco y negro reprentando personajes cruciales dede Ajmátova a Freud pasando por Trotski como una especie de vieja película en blanco y negro con cinco pantallas simultáneas de entre las cuales destacaba un estupendo discurso de Trotski, las imágenes eróticas de su secretaria y el propio artista parodiando al propio Trotski.
Una vez conocida la postura de Kentridge en el conflicto del Aparthide y seguida diariamente la prensa sobre las posiciones de no pocos candidatos a la Presidencia francesa, parecería que la exposición no es un inocente recuerdo de otros tiempos, sino que las exigencias de hace un siglo siguen pendientes y que nuestra mayor cultura científica y económica no nos va a librar de duros conflictos.