He tardado tiempo en entender que significa la jubilación; pero finalmente me he enterado.
Al principio creí que lo que yo deseaba era desagendarme, borrando así la mayoría o incluso la totalidad de mis obligaciones adquiridas que, al mismo tiempo, eran las oportunidades de conectar con gente importante y sentirme yo también importante. Algo perdía o dejaba atrás; pero la posibilidad de ganar independencia para hacer lo que me diera la gana en cualquier momento del día y cualquier día del calendario me compensaba de largo.
A medida que pasaba el tiempo las cosas fueron cambiando y empecé a darme cuenta de que, al final del día, la combinación de consumo diferenciado y ampliado en el tiempo y de producción también creciente, que llenaba mis días cuando trabajaba, no me daba la impresión de haber conseguido algo para la comunidad de gentes de mi alrededor. No llenaba mis expectativas y me generaba una especie de mala conciencia. No se trataba de que no haya nada que hacer como jubilado; sino de que cuando termina el día no hay ninguna sensación de haber conseguido algo respetable.
Pero creo que mi impresión es ahora más favorable que inicialmente. En efecto, hace unos pocos días escribía en este blog que la falta de memoria actual me había proporcionado un incremento en la memoria del pasado. Este efecto inesperado de la jubilación, consistente en recordar algo muy bello de los tiempos de juventud, se consigue gracias a la mayor velocidad en el andar recomendada por el neurólogo y que fuerza a recorrer caminos desconocidos hasta el momento y que proporciona nuevas vistas de la ciudad donde vivo y, sobre todo, de sus similitudes con vistas del pasado.
Y esta posibilidad me proporciona la posibilidad de producir algo en favor de mis pares y no pares, un relato de cosas del pasado remoto extremadamente bellas. Y esto significa la jubilación, nada menos.