Lecturas

Publicado el 14/01/2018

LecturasNo tiene sentido; pero estos últimos días, a pesar de la pausa, he tenido tiempo para leer algún ensayo y dos novelas recientes, que creo han tenido éxito de ventas, que me han ayudado a pensar en la que creo podría ser mi segunda novela después de El Síndrome del Capataz que, dicho sea de paso, pronto verá su segunda edición con una introducción que es excelente en sí misma y que, pienso, la mejora sensiblemente.

Dejaré los ensayos para mejor ocasión y concentraré mi atención en las novelas. Ambas son entretenidas y se leen a gran velocidad con el correspondiente riesgo de no llegar a captar su esencia en profundidad y con la imposibilidad de disfrutar del lenguaje.

La última novela de Vargas LLosa, Cinco Esquinas, muestra todavía sin duda un lenguaje que me maravilló en su día cuando estando en los EE.UU. leí al menos Conversaciones en la Catedral y La Casa Verde además de una joya anterior que creo recordar se tituló finalmente La Ciudad y los Perros. Era el boom latinoamericano o, al menos, una de sus maneras de manifestarse, y en aquel entonces yo estaba rodeado de latinoamericanos (y desde luego peruanos) quienes me ponían sin quererlo al tanto de no pocos problemas sociopolíticos que enriquecían las lecturas correspondientes. Luego, ya de vuelta en Euzkadi, leí algunas más que me decepcionaron un poco tanto lingüísticamente como políticamente. Y ciertamente les abandoné, a D. Mario y a su obra, hasta esta última novela cuyas críticas han sido, en general buenas aunque también ha sufrido la lucidez de algún crítico que, con escasa caridad, se pregunta porqué este gran escritor no deja ya de escribir. Y esta es justamente la idea que se fue formando en mi cabeza a medida que avanzaba en la lectura de Cinco Esquinas. Tuve la impresión de que, más allá, de lo que las críticas destacan o tratan de perdonar, se revela algo imperdonable en un escritor orgulloso de su oficio: el deseo irrefrenable de acabar pronto una idea original más ambiciosa y que habría necesitado el doble de páginas para que el lector se tomara en serio al propio Perú y las dificultades del matrimonio de seres ya adultos. Cierra el libro con sobriedad y savoir faire pero no puede ocultar su prisa y su consiguiente falta de paciencia para estar a la altura de sí mismo.

Le puse más atención a la Berta Isla de Javier Marías, el único autor español actual que me evoca la dedicación y seriedad de las generaciones anteriores a la mía y cuya obra propiamente literaria he seguido con interés. Coincide con Cinco Esquinas en la combinación de política y riqueza lingüística. Esta última no me maravilla pues en cierto sentido me parece como de ensayo de colegial y con una manera de cambiar de sujeto narrativo o de punto de vista que, con estar muy a la moda, no me hace palpitar. En cambio su contenido político me gusta pero por una mala razón: porque me recuerda al John Le Carré que tan buenos ratos me ha hecho pasar. Aunque no hay protagonista que pueda parecerse a Smiley en nada, el fondo amoroso de esta novela está tratado con inteligencia y un cierto fervor que creo que me enseñan algo especialmente interesante para alguien que celebra ya las bodas de oro.

Por otro lado ambas novelas se sirven también del gusto por describir su entorno ciudadano y, como conozco tanto Madrid como Lima, he disfrutado del aspecto turístico o locacional que, aunque parezca una frivolidad, no lo es del todo pues dota a una obra de ficción de un sabor que te acerca al autor y le convierte en un amigo. Por eso pienso que en mi próximo ejercicio literario no puede faltar este último aspecto. Como este ejercicio se titulará «Conocimiento y Sabiduría» situaré la acción y los personajes en una Universidad de Madrid a la que llega el protagonista del El Síndrome de Capataz después de haber huido de Bilbao, ciertamente un personaje más de esa novela. No habrá parte política más allá de lo que de ella se puede reflejar en una institución pública como es la Universidad a la que me refiero. Y, de la parte emocional ¿qué?. Estará ahí más expresamente que en «El Síndrome» y me dará ocasión de hablar del amor, así como de la amistad, y ambas cosas de manera serena y simple, sin explosiones inadecuadas y poco creíbles.