Guerra: hambre y muerte. Esas dos son las características comunes a dos expresiones de arte. Por un lado está Rebellion, una serie televisiva sobre la primera tentativa de los independentistas irlandeses durante la primera guerra mundial y, por el otro lado, tenemos «La lengua de los secretos» sobre el cerco a Bilbao de las tropas franquistas. No trato de hacer crítica de arte, sea literaria o de imagen; sino que trataré más bien de sugerir que, en estos tiempos de guerras fratricidas y de huídas a ninguna parte, estas dos obras juntan, cada una a su manera, estas dos características, hambre y muerte, que hoy sentimos por doquier y no sabemos apreciar en todo su horror.Si me han llamado la atención es porque tanto la rebeldía republicana en Irlanda como la rebeldía antirepublicana en España son dos acontecimientos de los que se me hablaba de niño en voz queda por parte de personas cercanas que habían perdido la guerra civil española y en su día habían tenido a los irlandeses rebeldes como ejemplo a seguir.
Más adelante ya entendí ambos acontecimientos y sus similitudes a pesar de una historia muy disimilar entre gaélicos y vascos. A finales del bachiller pasé dos veranos en Dublín aprendiendo inglés en la casa de una viuda, Mrs. McCulligan, cuyo hijo mayor se había largado de casa para unirse desde el Sinn Fein al IRA. Y a partir de ahí aprendí lo que representa la unión de la astucia (serpiente) y la fuerza (hacha), es decir el bietan jarrai que ya se acuñaba en Euskadi por parte d los fundadores de ETA, movimiento de rebelión del que yo no había oído hablar todavía.
Mi suave rebeldía nacionalista tiene pues su origen en el ambiente dublinés y en el himno nacional que sonaba siempre en el final de cualquier sesión de cine en las salas del centro, donde además, se podía fumar durante la proyección. En aquella época Dublín era más moderno que Bilbao y yo me sentía en casa quizá precisamente porque las historias que me contaban estaban llenas del horror de la guerra, el hambre y la muerte que tan bien se reflejan n «Rebellon» y que se parecían a las que me contaban en mi familia en referencia a los pocos meses que duró la toma de Bilbao y que tanto se parecen a las que escribe Martín Abrisketa en su novea «La lengua de los secreos».
La coincidencia de ambas obras en mi atención es pura casualidad; pero no soy capaz de pasar por alto las similitudes entre esas dos situaciones históricas, no tanto en sus circunstancias temporales sino sobre todo en el horror al que llevaron a muy buena parte de la población de uno y otro país. Los irlandeses ya sabían de la hambruna de la patata, en el origen de la inmigración masiva y los vascos no eran un buen ejemplo de rica vida rural, sino más bien de la necesidad de echarse al mar para descubrir ricas bancadas de peces. La cercanía del hambre quizá explique el gusto de unos y otros por el buen comer y, por lo tanto, la tristeza que, en ambos casos, produce la escasez de alimentos. Y no solo la tristeza, sino incluso el desfallecimiento en plena calle de Bilbao de gente malnutrida.
Dada la época en la que me estoy fijando los papeles de hombres y mujeres estaban bien definidos: traer el alimento y saber prepararlo para disfrute del pescador y la salud de la prole de la que la mujer tenía también que cuidar. En las dos obras de las que estoy hablando estos papeles no se discuten aunque igual se podría tratar de ver un comienzo de emancipación femenina cuando se cuenta las historias de mujeres que, además, están dispuestas a empuñar las armas, cosa que ocurre ocasionalmente y, sobre todo, cuando la muerte se ceba en la vida de su familia haciendo sufrir a los niños que no entienden bien lo que pasa, pero que, intuitivamente siguen la senda de sus padres y madres.
Hambre y muerte están todos los días en nuestra retina a través de las noticias televisivas sobre refugiados que huyen de la guerra de sus países y a veces son aniquilados o se ahogan en el mar y, en cualquier caso, pasan hambre. Y lo que hace un siglo eran casos cercanos y bien localizados, estos últimos años se han generalizado en prácticamente todo el mundo si bien lo que no nos llega está condicionado por la extensión de la cobertura de los periódicos o televisiones de los que bebemos.
Y esta globalización de los problemas debe advertirnos de que, en poco tiempo, todo será distinto más allá de lo que pueda ser el fondo de problemas como Trump, Brexit o la amenaza de Le Pen. Lo que va a cambiar es el reparto de papeles sociales entre los dos sexos. La escasez de comida va a obligar a los varones a aprender a cuidar emocionalmente de la familia, a dirigir el llanto de la muerte, a alimentar a los pequeños y a acumular la munición de las armas de fuego. Las mujeres compartirán más o menos estas tareas; pero ya se acabó su papel de generosas consoladoras del impacto del horror. Ha llegado el momento de ampliar el sentido de «Bietan Jarrai».