Frente al supermercado en el que hago la compra casi todos los fines de semana está Casa Ruiz, un comercio de alimentación exquisita que anuncia su oferta bajo el lema Granel Selecto, lo que le permite poner en circulación grandes cantidades de diversos productos cada uno de los cuales se selecciona de acuerdo con ciertas características. He pensado que mi vida ha sido a granel pero nada especial. He sido un buen alumno, pero nada del otro mundo; he sido un profesor pero no un gran docente ni un investigador notable, y en cuanto a mis otros trabajos ocasionales, los he llevado a cabo aunque sin un éxito total. Pero ¿he sido selecto o no lo he sido de modo que solo puedo decir que he sido mediocre? Me gustaría pensar que he sido selecto como las lentejas de Casa Ruiz.
Fui un buen alumno en los jesuitas de Bilbao aunque me temo que si fui premiado generosamente fue más bien por mi dotes deportivas y mi buen compañerismo que por mis demostraciones intelectuales que me hubiera gustado mostrar. Esto último me llevó a cultivar una especie de oposición impropia de la edad a una cierta forma de educación mezcla de aprendizaje y de oposición a esa forma de mezcla. Aunque a continuación fui uno de los primeros de mi promoción en la Comercial de Deusto, una facultad adelantada a sus tiempos en el campo de Empresariales, no tuve que ir robando horas para rellenar el presunto conocimiento con dosis de sabiduría nada apreciada en general con alguna excepción notable que redirigió mis pasos hacia el estudio de un doctorado en La Universidad de Colorado en Boulder en la que a la sazón se encontraba Boulding, un gran economista inglés y un ejemplo de lo que yo entendía como sabio.
En esta universidad me encontré feliz en medio de una cultura sesentayoschista y asistiendo a clases de teoría económica de verdad, de pensamiento económico y de matemáticas, estadística y econometría y con el apoyo de figuras del momento, más allá de Boulding, como por ejemplo Axel Leionhufvud, quienes me dirigieron por caminos no trillados a pesar de los consejos de los profesores más jóvenes que me empujaban a moverme a otra universidad más conocida para terminar mi graduación. Reconocí el interés de esa recomendación pero había prometido terminar mi doctorado pronto y así lo hice tomando una decisión que marcó mi carrera académica a partir de mi vuelta a la UPV/EHU en Bilbao.
Mi experiencia en mi tierra fue satisfactoria para mi. De profesor en la Facultad de Sarriko en Bilbao tengo el buen recuerdo de antiguos alumnos que han mostrado su agradecimiento por mis clases y por abrirles los ojos pero me temo que no pueden citarme como maestro. Por otro lado fui Decano de Económicas y Vicerrector de Investigación y, si bien como esto último no tengo nada bueno ni malo que contar pienso que como decano, si bien no di la vuelta a la institución, creo que si planté alguna planta que luego creció y floreció. Como Consejero de Educación e Investigación e Investigación del Gobierno vasco pienso que mi tratamiento de la educación pública sirvió para no ceder ante la presión de la privada que no daba buenas razones para sus intenciones. En cualquier caso pienso que en esos años en Euzkadi algo debía hacer bien pues me llamaron para formar parte de algo así como una comisión gestora de la entonces nacida Universidad Carlos III de Madrid con pretensiones de convertirse en una buena universidad en el mundo.
Mi investigación fue disminuyendo su concentración académica y difuminándose en temas más divulgativos y de mayor interés para empresas y y política económica. No me distinguí en nada especial como consejero del BBV pero no pienso que hubiera pasado al cuadro de honor aunque hubiera seguido en el consejo del BBVA si no hubiera sido expulsado y juzgado junto a los otros consejeros del BBV por acusaciones falsas que, en mi caso, se demostraron que así eran cuando fuí absuelto de todas las acusaciones.
Desde ese momento mi actividad vital fue dejándose llevar por las ofertas nada académicas y más o menos interesantes en diversas iniciativas culturales en la que no conseguí interesarme del todo con una excepción: el esfuerzo por traer a Bilbao el gran espalador de neutrones europeo. Estoy orgulloso del intento que, con el aparente apoyo del Gobierno vasco y el central, realizamos un grupo de investigadores y que estuvo a punto de fructificar, pero que acabó en Suecia.
La falta del apoyo final de los dos gobiernos acabó con mi paciencia y me retiré a la buena vida privada que me podía permitir y, por fin, me dediqué a ponerme al día de las innovaciones propias de la sociedad del conocimiento, a escribir de lo que me daba a la gana y a contribuir a prometedores programas culturales o de investigación a través de la Fundación Urrutia Elejalde. ¿Es este un buen final para tanto trabajo producido a granel? ¿Se le podría añadir lo de selecto o ha sido nada más que mediocre?