Escandinavia

Publicado el 14/09/2017

Siempre que nos acercamos a LA (Getxo) se me ensancha el mundo. Desde nuestra terraza mirando al mar podemos ver con toda claridad los buques de carga que, provenientes de Finlandia o de Noruega, atracan enfrente, en Santurce. Ayer me decidí a tomar el trasbordador del puente de Vizcaya, pasar a Portugalete y pasear hasta Santurce. Lo que me arrastraba era que, estos dos países, junto con los dos que hemos visitado este verano, Suecia y Dinamarca, conforman Escandinavia, un lugar mítico en mi cabeza.

Seguro que cada uno de ellos es diferente de los otros e incluso yo podría mencionar algunas de sus diferencias y citar personajes, desde escritores a científicos de cada uno de ellos que muestran esas diferencias. Pero el conjunto que conforman tiene un significado especial sobre todo visto desde un país del sur como es España. Están preparados para resistir el frío y nunca sus ciudadanos tienen la tentación de quitarse ropa para defenderse del calor. En cualquier caso cualquier rayo de sol hace de ellos un grupo de silenciosos adoradores de ese sol.

Son países ricos, pero uno no observa la más mínima soberbia en Escandinavia. Disfrutan de sus tesoros artísticos, desde basílicas hasta museos o parques y parecen dispuestos a compartirlos con cualquiera, incluso con esos turistas que comienzan a ser rechazados en muchos otros países y ante los cuales sonríen con simpatía aunque sin ningún esfuerzo de venta.

Pero lo que hace que, para mí, Escandinavia siga siendo un lugar de peregrinación es que, a partir de un momento del día, uno tiene la sensación de que la vida de cada uno de los ciudadanos se convierte en algo realmante privado y propio que no tiene que ser compartido. Uno puede emborracharse sin necesidad de compartir la «mona» con nadie. Pueden todos ellos creer en el uso de la bicicleta para mantener el aire descontaminado, pero ni te abruman con el uso del timbre ni te insultan cuando interrumpes sus caminos especializados que poco a poco parecería que un día de estos van a eliminar las calles permitidas para automovilistas o simples moteros.

Uno tiene la sensación de que estos hombres y mujeres altos y bellos practicarán vicios parecidos a los nuestros, pero, al menos yo, creo estar seguro de que no presumirán de ellos. Su discrección es encomiable y la prueba de esto es que los marineros de estos buques de transportes, una vez terminada la jornada de desembarco o de embarque, saben muy bien cómo y a dónde trasladarse desde Santurce a Bilbao sin llamar la atención de los bilbainos que frecuentan esos lugares con un bullicio escandaloso sin el que parecería que se aburren.

Escandinavos y vascos llevan años conociéndose aquí y allí, siempre en busca de ballenas, pero no parecen darse cuenta de que no son tan distintos. Hace muy pocas semanas escribía yo en este post nuestra escapada veraniega a Escandinavia. Hoy hubiera podido relatar muchas otras anécdotas, pero todas ellas, como ya dije, me llevarían a constatar la inesperada mezcla de civilización cosmopolita y de pachorra aldeana que caracteriza Escandinavia y en la que yo, repito, podría vivir feliz.