Hace no muchos años que me di cuenta que los pantalones que llamamos «vaqueros» y que vestían, y visten, tanto chicas como chicos, no estaban rotos por su antigüedad junto con la falta de poder de compra debida a la crisis; sino más bien por pura coquetería de los que querían atraer la mirada sobre sí mismos revistiéndose de un toque de descuido bohemio en la apariencia. El material del que están hechos estos pantalones, indigo o denim es, posiblemente, el adecuado para que bohemia burguesa no salga demasiado cara porque los cortes que dejan ver un trocito de muslo, pierna o rodilla no se agrandan solos obligando a tirarlos a la basura. Aunque no tengo una idea clara del sector, supongo que estas prendas vienen rotas desde su fabricación.
En cualquier caso no deja de ser curioso que algo mal hecho sea tan apreciado. Me recuerda al famoso Ecce Homo de Borja que, a pesar de su horrorosa ejecución de lo que debería haber sido un simple retoque conservador, atrajo multitudes de visitantes curiosos. No debe ser lo mismo pues no creo que hayan proliferado los retoques deformantes de copias no del todo mal hechas.
Si bien los vaqueros agujereados me hicieron pensar que hacer las cosas mal puede ser rentable en ocasiones, el caso del Ecce Homo me deja claro que este no es el caso general.