Hace unos días avisaba en este blog que me tomaba una pausa, pausa que ya se ha acabado de forma que tengo que volver al trabajo. Va a ser difícil pues unos días en el sur de Tenerife con sol, paseos y buena comida no es algo fácil de olvidar máxime cuando todo ello ha ocurrido en compañía de mujer, hijos, naturales y «políticos», así como de nuestros maravillosos nietos mellizos Juan y Cosme.
Podría contar muchas cosas nuevas de la isla a pesar de que ya la conocía desde hace bastantes años. Pero lo más llamativo ha sido, sin duda, el poder visualizar simultáneamente La Gomera, El Hierro y La Palma. Parece ser que eso solo ocurre muy de tarde en tarde, solo cuando el clima es especial. Seguro que es porque los nietos estaban allí.
Decidimos no seguir las rutas preestablecidas y ello nos ha permitido conocer pueblos no grandes y con personalidad propia. Citaré solo dos. Garachico es muy bello y esa belleza se debe al uso inteligente que se ha hecho de la más reciente de las erupciones que ha permitido la recreación del paisaje. Comimos al aire libre. No recuerdo qué, pero sí estoy seguro de que, fuera lo que fuera, vino acompañado de mojo, un verdadero tesoro culinario.
El otro pueblo que visitamos, Granadilla, era de tierra adentro y nada bonito. Como llegamos ya muy tarde tuvimos que comer en un bar en el yo disfruté de un maravilloso hígado.
Además de este turismo celebramos a lo grande tanto la Nochevieja, con fuegos artificiales, uvas y baile, como el 50 aniversario de nuestra boda con una cena de esas que comienzan con champán y ostras y no se sabe como terminan.
Pero como todo en la vida también esta pausa ha tenido su moraleja. A partir de una edad uno cambia. En nuestro caso nosotros, los abuelos, cuidamos a los nietos casi recién nacidos y los padres maduros nos cuidaron a nosotros, abueletes chochos.