Por estas fechas Madrid suele ofrecer muchos y variados acontecimientos culturales, desde conferencias y charlas hasta exposiciones de arte. Y si uno tiene alguna idea que le ronda la cabeza el contenido de estos acontecimientos siempre se conectan con ese algo. El Aspen Institute, en colaboración con la Fundación Telefónica, lleva tiempo organizando charlas sobre la influencia y el posible impacto futuro de las nuevas tecnologías en la sociedad, es decir sobre cómo la sociedad analógica se transforma en la sociedad digital. Se trata sin duda de un tema fascinante sobre el que todos y cada uno tenemos ideas pues no nos podemos abstraer del uso de muchos aparatos digitales aunque algunos, ya mayores, como yo mismo, disfrutamos de no pocas costumbres analógicas como ir a una sala de cine o revisar las existencias de una librería. Aprenderemos mucho de este tema leyendo el libro reciente de Belén Barreiro «La sociedad que seremos» editado por Planeta pero, en mi caso, he echado en falta la comparación de este cambio radical que se avecina con el que siguió al uso brutal del carbón y el hierro durante la revolución industrial y que cambió las costumbres y la política en toda Europa comenzando en Inglaterra.
Pero sobre esto último aprendemos mucho contemplando sin prisa la exposición que ofrece la Fundación March sobre William Morris y el movimientp Arts and Crafts en Gran Bretaña. Este fin de lo victoriano que representó el trabajo de muchos y, entre otros, el de Morris, trajo consigo un cambio bastante radical de la vida cotidiana pues cambió la arquitectura, el urbanismo y la decoración como intenta comunicar la idea de Arts and Crfts (Artes y oficios) que se plasma no solo en nueva pintura, sino también, o quizá sobre todo, en decoración de interiores con muebles de nueva hechura o preciosas hilaturas decorativas. He de reconocer que una vez vistos los muebles de la exposición quedé muy sorprendido con la similitud de esos muebles con los de mis abuelos que mis padres heredaron y los mantuvieron más allá de lo conveniente. Además no solo esta gente se dedicó al arte sino que son los que comenzaron a comercializarlo y a ellos se deben, me atrevería a decir, la proliferación de las galerías de arte que espero persistan en el mundo digital que viene como un reconocimiento de algunas maravillas analógicas que han enriquecido la sociedad en la que, a mi generación, nos ha tocado vivir.
También creí descubrir que no poco de lo que admiro en la sociedad que pretendieron inaugurar los miembros del grupo de Bloomsbury, podría tener sus orígenes en el movimiento Arts and Crafts del que aprendieron la parte de «oficios» a través del Taller Omega sobre el que pretendí hace muchísimos años organizar, desde la Universidad del País Vasco (UPV), una exposición de pintura y artesanía en el Museo de Bellas Artes. Teníamos ya casi todo pensado e iniciados los contactos pertinentes tanto a niveles artísticos como sociológicos cuando se nos dijo por parte de la cúpula de la Universidad que no era adecuada. Un error tonto que todavía me enrabieta cuando lo recuerdo pues veo en ello el comienzo de esta concentración universitaria en lo útil que ahoga hoy todo lo interesante y realmente educativo.
No me cabe la menor duda de que tanto Morris y los suyos como los de la tertulia de la casa de las hermanas Stephen en Russell Square, o en el campo, derivan buena parte de lo que hoy admiramos en ellos de su postura de creadores y defensores de una «causa» que les sobrepasaba, esa idea central de la que hablé hace poco y la volví a recordar al acudir a la exposición de Mucha en el Palacio Gaviria. Un artista, este Mucha, al que ya conocía por sus obras que se pueden contemplar en Praga como por el hecho de que es como un adelantado del Art Nouveau. Su «causa» era política empeñado en la unificación e independencia de lo que consideraba su patria; pero eso no fue óbice para que trabajara muy duro en embellecer la ciudad a través de la creación de preciosos carteles a menudo publicitarios.
Morris y Mucha coinciden en Madrid estos días justo cuando la «causa» del independentismo catalán está en juego y con un aparente futuro mediocre. Nos falta una manera de pensar a lo Bloomsbury para esta época digital que sepa cómo hacernos pensar con inteligencia y generosidad.